TOMAS ESPINA
ÁMBITO
Espina: el río unido a la memoria de la violencia
El artista, hijo de una exiliada chilena, representa sobre 20 paneles<br>de Durlock las huellas que dejó en su vida el golpe de Pinochet en Chile.
Por Ana Martínez Quijano
El Centro Cultural Matta de la Embajada de Chile en la Argentina exhibe en estos días la exposición “Sin lugar bajo el sol” del artista Tomás Espina (1975), curada por el teórico Roberto Amigo. La gran pintura con formato mural fue encargada a Espina, hijo de una exiliada chilena, nacido en Buenos Aires y hoy residente en Córdoba, para recordar la fecha del Golpe Militar que interrumpió el gobierno de Salvador Allende. Con el suicidio de Allende, en 1973, hace 50 años, se inició la feroz dictadura del general Pinochet.
El artista interviene con tintas, pinturas y también con fuego, 20 paneles de Durlock, material sobre el que provoca un desgaste en la superficie que se asemeja al de las ásperas obras de Tapies. Frente a la pintura decididamente abstracta, Roberto Amigo, observa: “No se trata de representar el pasado, sino del despliegue en la superficie de una visualidad anárquica que acepta la carencia de la posibilidad narrativa”. Sobre estas chapas amuradas con clavos de cobre, el oro de Chile, Espina pinta con una poderosa fuerza expresiva el devenir de su vida. La imagen es la de un río amarronado que cubre las prisiones rectangulares con zonas negras que dibuja el Durlock. Allí, circulan y flotan los signos que le otorgan sentido a su existencia. Unas máscaras colocadas sobre el espacio pictórico, remiten al origen de América y, en lo formal, le brindan profundidad al plano.
El texto curatorial comienza con un interrogante: “¿Permanece entre nosotros la dimensión ética de la violencia en el acto revolucionario?” Entendiendo la revolución como la búsqueda de algo que no ha sido dado y como un cambio de rumbo en pos de valores más elevados, Roberto Amigo descubre que “la emoción intensa cubre la ausencia de sentido”. La revolución, al menos la de Espina, “sólo puede entenderse desde la emoción de la propia biografía”. El título de la muestra, “Sin lugar bajo el sol”, tomado de la ópera “Evita” de Lloyd Webber, dice: “Siempre tras la ventana/Sin lugar bajo el Sol/Busqué ser libre/Pero jamás dejaré de soñar…”
“Para representar el pasado es necesario aceptar el tiempo y lugar donde la historia se detuvo, porque la afirmación de ese instante habilita la posibilidad de la imagen condensadora. Espina, por el contrario, construye otra posibilidad: las imágenes de la vida personal, activas en lo colectivo, se despliegan como si fueran apareciendo en la mente durante una ceremonia ritual con plantas de propiedades enteógenas”, aclara el curador. El universo por momentos alucinado de un artista con la “biografía violentada”, tan golpeado a través del tiempo por sus historias individuales como por las sociales, puede verse en la pintura que fluye como un desahogo inagotable. Allí están los símbolos, los grafismos, la serpiente y las huellas del cuerpo del artista; la esfera, el poliedro y la geometría sagrada de raíz pitagórica que se relaciona con la masonería. Entre las referencias políticas figuran la hoz y el martillo y, el signo de la victoria peronista junto al nombre de un grupo de rock.
En su célebre “Historia del Arte”, Gombrich señala: “Cualquier historiador del arte que haya vivido lo suficiente como para experimentar qué sucede a medida que el presente se convierte en pasado, tiene algo que decir acerca de cómo cambian los perfiles con la distancia”. La obra de Tomás Espina, sin “imagen condensadora”, sencillamente, sin un tema específico para representar, se sostiene con la emoción y el impulso de dejar correr la mano al ritmo de las cuestiones más urgentes y diversas que atraviesan su vida.
La humanidad demuestra que no ha resuelto todavía si existe alguna causa, por revolucionaria que sea, que justifique imponer la violencia del dolor de la guerra, el exilio, las migraciones y los deseos de volver de algún destino lejano como Mozambique, hasta donde llegó Espina. En este caso, el deseo del regreso se manifiesta en esas pinceladas largas que cruzan la pintura y dejan su rastro, como la estela de un barco.