TOMAS ESPINA
Geometría sagrada
Tomás Espina
Antes de ir de lleno a la propuesta para la que fui convocado, quisiera hacer una pequeña crónica que creo va a ayudar a entender la razón y el sentido de este proyecto.
Lo primero, si no lo único, que me llamó verdaderamente la atención del recorrido que hicimos por Bariloche para pensar una intervención artística en esa ciudad –fui invitado junto a otros nueve artistas por el Departamento de Artes Visuales del Ministerio de Cultura de la Nación– fue el monumento dedicado a Julio A. Roca. Debo reconocer que en un principio me generó sentimientos encontrados, una mezcla de rechazo o repugnancia con intriga y algo de compa- sión. No era solo lo que el monumento representaba lo que me produjo esas impresiones, sino también las características estéticas de la escultura en sí y el vandalismo al que había sido so- metida. Ciertamente, no es una mala obra (no tengo dudas del talento del escultor), pero, a con- tramano de otros monumentos ecuestres, éste pareciera estar muy lejos de representar a un héroe o un prócer. Muy por el contrario, todo en su composición pareciera denotar una enorme infelicidad. Todos los elementos que lo componen remarcan el carácter desolador de la repre- sentación con respecto a su entorno, y eso la hace, aunque patética, sumamente interesante.
Intuitiva y, en cierto modo, ingenuamente me propuse limpiar la escultura, sin tener muy claro cuál sería el objetivo final. Imaginaba el bronce reluciente como un portero eléctrico. Algo que resultara estéticamente entre fascista y kitsch. Sin embargo, intuía que no sería tarea fácil, e incluso podía ser peligrosa. Atraído por la idea, comencé a diseminarla entre mis pares y colegas para que me dieran su opinión. También me dispuse a buscar información sobre ese monumento, recopilar datos y anécdotas que me ayudaran a dar forma y contenido a la idea.
Así es como fui enterándome de las controversias que últimamente han suscitado este y otros monumentos dedicados a Julio A. Roca. Supe que existe un proyecto presentado por Osvaldo Bayer para desplazar el que está en la ciudad de Buenos Aires y poner en su lugar uno que re- presente a una mujer originaria. También leí que hay un petitorio llevado adelante por Fernando Chain en el que solicita al gobierno de Bariloche sustituir el monumento del Centro Cívico por una escultura que represente a una familia mapuche.
Toda esta nueva información reafirmó la idea de que limpiar ese monumento ya no era una mera intervención estética, y que incluso podía ser controversial.
Permítaseme hacer aquí un gran paréntesis antes de continuar con la crónica que nos ocupa.
Quisiera aclarar, para que no queden dudas de lo que pienso con respecto a lo que Roca representa: concuerdo absolutamente con la descripción que Bayer y Chain hacen de él. Sin embargo, creo que ambos proyectos (tanto el de Bayer como el de Chain) encierran un enorme error conceptual, que puede incluso resultar perjudicial a cualquier proceso democrático. Insisto en que estoy de acuerdo con que el monumento a Roca representa, simboliza y encarna una ideología muy clara y sin dudas de las más nefastas y despiadadas que hayan existido en esta parte del mundo. Creo que por esa misma razón lo tenemos que tener siempre presente, y más ahora, que estamos viviendo en democracia. Roca indudablemente personifica el mal encarna- do en la ambición desmedida, en la explotación de los seres humanos, el terror y la negación de la diferencia. Pero todo lo que él representa está también dentro de nosotros en potencia. Si no lo aceptamos, nunca saldremos de la dicotomía de creernos mejores que los demás.
Al mal hay que acecharlo, y para ello tenemos que tenerlo siempre presente. Y tengo la convic- ción de que el arte es una gran herramienta para ese propósito. El arte no está al servicio de conmemoraciones, ni es la aprobación de la bondad de ninguna figura, sea Roca o un origi- nario. El arte es la posibilidad de ver que nada de lo que está dado por supuesto es así, y por eso no somos dueños de nada, ni siquiera de nuestras convicciones. Todo es una construcción colectiva. Y solo aceptando nuestro pasado podemos iluminar sus oscuridades.
Desplazar una escultura no ha representado ningún cambio sustancial o evolución en ningu- na sociedad. Solo se aprende y se superan situaciones aceptando que tanto lo bueno como lo malo forman parte constitutiva de nuestra historia y de nosotros mismos. Creo incluso que remplazar el monumento de Roca por una escultura de una mujer originaria sería el acto más amnésico, indiferente e irrespetuoso que podríamos hacer hacia las culturas que aún le rinden culto a la Pachamama.
Pensemos primero que esas culturas nunca hicieron ni se les ocurrió hacer un monumento con- memorativo de ningún tipo: la costumbre de erigir monumentos metálicos la hemos heredado de ese Occidente que, mal que nos pese, tan bien representa el general Roca. Tanto los mapu- ches como los tehuelches y otros pueblos de América y el mundo no solo no hacen monumen- tos, sino que no manejan la noción de propiedad ni de nación que esos monumentos detentan.
Por otro lado, esas culturas no representaron nunca la figura humana del modo que se preten- de hacer con la mujer originaria, y estoy seguro de que eso tiene sus profundas causas en la cosmología de esos pueblos. Ese solo hecho debería ser suficiente argumento para señalar que hacer un monumento de esa índole es, sin dudas, una falta total de consideración hacia el pensamiento más profundo de esos pueblos.
El proyecto de Chain de edificar una familia mapuche y emplazarla en lugar de la escultura de Roca presenta problemas más complejos aún. Pues ya no solo cae en el error de monumen- talizar la cultura mapuche, sino que también da por sentado que esta cultura rinde culto a los núcleos familiares, como una familia católica de obreros (religión que, nuevamente, tan bien re- presenta el general Roca). Hacer ese monumento, entonces, sería la manifestación más cabal de indiferencia hacia el pueblo mapuche y su especificidad.Y demostraría el triunfo definitivo de Roca y de todo lo que él representa sobre cualquier otra forma de pensamiento u organización.
UNA PLACA
Ahora que aclaré mi posición con respecto a la polémica en torno al monumento a Roca, qui- siera retomar mi crónica.
Si bien todas estas argumentaciones reafirmaban que la idea de limpiar el monumento era cada vez más sólida, sabía que corría el grave riesgo de ser acusado de roquista y, por ende, de defender la ideología que él representa.
¿Cómo iba a hacer para que quedara claro que mi intención al limpiar esa escultura era un acto de aceptación que ayudara a trascender lo que ahí estaba representado?
Sin embargo, aunque tuviera claro que lo que al fin y al cabo personificaba Roca era una parte muy oscura de nuestra propia historia, y que limpiar el monumento debía simbolizar claramente el reconocimiento de que esa parte aún nos constituye, sabía que mi acción seguramente sería mal interpretada por un enorme sector de la sociedad y que corría el riesgo garrafal de ser acusado de roquista, fascista, promilitarista, neoliberal, racista, etcétera.
Me sugirieron entonces que agregara a la limpieza del monumento una placa que señalara lo que para mí representa Roca, y así poder disuadir a los que seguramente reaccionarían en mi contra. Decidí entonces agregar una placa. No sabía bien cómo lo iba a realizar, y pensé en varias alternativas. Ya con hacer una placa descriptiva que enumerara las acciones que había llevado adelante Roca, desde las matanzas de miles de seres humanos hasta las propiedades que se adjudicó, los intereses que representó, etc., hubiera sido más que suficiente.
Pero, si bien esa placa me parecía un acto de justicia, no podía dejar de sentirme una suerte de alcahuete con poco vuelo. Incluso me parecía que era una idea bastante inquisidora, que me ubicaba en el mismo lugar de resistencia y negación del que señalaba que debíamos salir; la dicotomía entre bien y mal, víctima y victimario, opresor y oprimido, etcétera.
Otra alternativa, un poco menos obvia, era hacer un análisis estético y descriptivo de la escultu- ra y de ahí desprender lo que en el fondo representa Roca. Porque, como señalé anteriormente, las características estéticas de esta escultura están muy lejos de la figura ecuestre de un héroe. Como si el escultor mismo, en un acto inconsciente, hubiera dejado las claves para que en el futuro pudiéramos desprender del propio análisis de su obra todos los males que había causa- do ese hombre en las tierras que ahora lo rodeaban.
La falta de conexión entre el jinete y el caballo –como si lo hubieran puesto para la foto– da la idea de alguien que ni siquiera sabe montar. Eso ya podía servir para hablar de su vínculo (y el de casi todo Occidente) con los espacios naturales. La mirada amarga y perdida en sí mismo, la actitud de sus manos, la postura del caballo, que está con las cuatro patas clavadas en la tierra y la cabeza extendida y gacha, eran todos elementos que me podían servir para describir la falta de armonía de esa figura con el espacio que la rodea. Y de ahí derivar en su afán de dominio y posesión de lo que no puede ser propiedad de nadie, y todas las atrocidades de las que fue responsable.
Esta idea me parecía mejor que la anterior, pero, sin embargo, seguía sin convencerme. Aunque resultaba algo más poético y menos inquisidor, me parecía muy extenso y descriptivo. Entonces una terrible duda me asaltó: ¿quién era yo para decir algo sobre una figura como Julio A. Roca? Con todo lo cuestionada que puede estar su imagen hoy, sigue siendo un personaje importante de la historia de la Argentina; una parte nefasta, pero una parte que no se puede negar. Sentía que mi proyecto seguía encerrado en la disyuntiva negación-aceptación, y que debía salir de ahí de algún modo.
Comencé a buscar textos, discursos, documentos pertenecientes a la historia argentina que me ayudaran a dar cuenta de lo que quiero decir. Documentos anteriores incluso a Roca y otros más recientes. Estaba seguro de que ahí encontraría una ayuda para encarar el problema.
Me sorprendí al enterarme de que Juan Bautista Alberdi escribió un texto que perfectamente podía funcionar a mi propósito. Si bien es un texto que le dirige a Sarmiento, Alberdi hablaba allí de lo que a mí más me ocupaba: la aceptación del mal como parte constitutiva de nosotros y nuestra historia. He aquí el fragmento del texto de Alberdi:
Con cuanto contiene y forma la desgraciada República, se debe proceder a su organiza- ción, sin excluir ni aun a los malos porque también forman parte de la familia. Si estable- céis la exclusión de ellos, la establecéis para todos, incluso para vosotros. Toda exclusión es división y anarquía. ¿Diréis que con los malos es imposible tener libertad perfecta? Pues sabed que no hay otro remedio que tenerla imperfecta y en la medida que es posible al país, tal cual es y no tal cual no es.
A medida que seguía meditando el texto de la placa, más me convencía el fragmento de la carta de Alberdi. La única duda que aún tenía era que seguramente iba a prestarse a confu- siones. Probablemente algunos creerían que el texto pertenecía a Roca, y otros, que el que estaba representado en esa escultura era Alberdi. Sin embargo, eso no me preocupaba tanto. La confusión me parecía que ayudaría a disolver la separación entre buenos y malos, incluso con cierta gracia.
UN PUENTE
De pronto encontré algo que hizo que el proyecto diera un vuelco definitivo. A medida que se- guía buscando documentación, me topé con un texto escrito por Eva Perón que resultó ser el que me dio la clave para salir definitivamente de mis propias contradicciones:
Solo reconozco dos palabras como hijas predilectas de mi corazón: el odio y el amor. Nunca sé cuándo odio ni cuándo estoy amando, y en este encuentro confuso del odio y del amor frente a la oligarquía de mi tierra –y frente a todas las oligarquías del mundo– no he podido encontrar el equilibrio que me reconcilie con las fuerzas que sirvieron antaño entre nosotros a la raza maldita de los explotadores.
Cuando leí ese fragmento confieso que quedé algo perplejo. Todo mi propósito se desdibujó y estuve a punto de abortar el proyecto.
El problema no era entonces la separación entre el bien y el mal. El asunto realmente giraba en torno a la imposibilidad de discernir entre el amor y el odio.
Me di cuenta de que era yo el que se resistía y no lograba salir de esa misma partición. Y que “este encuentro confuso del odio y del amor” era, al fin y al cabo, todo lo que se ponía en juego.
Limpiar el monumento se transformó, por ende, en un acto desinteresado hacia una figura que representa a la raza maldita de los explotadores.
¿No era eso acaso lo que buscaba a fin de cuentas, interceder sobre esas fuerzas –que, asumo, forman parte de cada uno de nosotros– para así reconciliarme con todo el resto de la humanidad?
Pero, ¿cómo trascender esa contradicción? ¿Cómo encontrar el equilibrio que medie entre un amor y un odio indiscernibles? ¿Qué se debe hacer para estar por encima del rencor acumula- do en tantas toneladas de bronce?
Entendí que para salir de la dicotomía entre amor y odio que sigue alimentando esa figura debía mirar las cosas desde otra perspectiva. Para trascender ese rencor había que estar por encima de él. Me propuse entonces diseñar un puente que pasara por arriba del monumento a Roca.
Tomás Espina
Julio de 2012
LOS HABITANTES DEL PUENTE
Al día siguiente del armado del puente que pasaría sobre el monumento a Julio Argentino Roca en el Centro Cívico de Bariloche, y cuando faltaba media jornada de trabajo para terminarlo, es- tallaron los saqueos en la ciudad y las autoridades declararon el estado de sitio. Gendarmería ro- deó la plaza y no pudimos avanzar con su construcción. Nos ordenaron que lo desmontáramos de inmediato, argumentando que habían llegado amenazas de que esa noche bajarían “los del alto” con la intención de quemarlo. Como nos negamos a desarmar la estructura hasta que dieran la orden desde la Secretaría de Cultura de la Nación (el organismo que me había convocado y que financiaba el proyecto), esa misma noche finalmente bajaron “los del alto”, y en lugar de quemar o destruir el puente, se lo apropiaron. Instalaron carpas alrededor y lo llenaron de banderas con pancartas en reclamo de promesas incumplidas y trabajo legítimo. El puente estuvo habitado un mes; en ese lapso, el intendente tuvo que renunciar, y recién asumidas las nuevas autoridades, llegaron a un acuerdo con “los habitantes del puente” para que levantaran campamento. Así el puente fue desmantelado de modo pacífico y sin llegar a ser inaugurado.
Una noche, cuando estaba recién habitado, fui con la intención de conocer a quienes acampaban en él. En el centro del campamento habían hecho un pequeño fuego donde cocinaban algo, unos hacían música y otros conversaban. Me presenté al que parecía ser el líder y me invitó a sentarme con ellos, me ofrecieron comida y un vaso de vino. Al rato, un joven de unos 20 años se me acercó y se presentó de un modo sumamente respetuoso, me dijo que su nombre era Oscar, que traba- jaba en una radio de la comunidad mapuche y que quería hacerme unas preguntas. Fue simple y claro: “¿Por qué había querido hacer un puente sobre el monumento a Roca?”. Le conté del proyecto en general y de mi intención de poder revisar la figura de Roca desde otra perspectiva. Escuchó respetuosamente, entre extrañado e interesado, me agradeció el tiempo que le había dedicado y luego guardó un silencio casi incómodo. Al cabo de un rato (que pareció eterno) me pidió permiso para decirme sus palabras (así se expresó). Me contó que él pertenecía a la comu- nidad mapuche, que antes de la “Campaña del desierto”, en ese lugar habitaban sus ancestros y que utilizaban como eje ritual para sus ceremonias los cuatro puntos cardinales. Cuando llegaron los conquistadores –además de todo lo que sabemos que hicieron– también impusieron la lógica binaria que es característica de Occidente, que elimina los cuatro puntos cardinales y los rem- plaza por dos, el Norte y el Sur. Por eso el monumento a Roca está emplazado mirando al Norte, me dijo. Para los mapuches el Norte simboliza el origen de la autoridad, y por eso puede devenir en mal; mientras que el Sur es lo receptivo y el bien. El único modo de que esas fuerzas no se enfrenten y podamos vivir en armonía es incorporar el Este y el Oeste: o sea, hacer una cruz. Entonces me dijo que al construir un puente que atravesaba el monumento de Este a Oeste es- taba restableciendo la cruz originaria a la que sus ancestros rendían tributo, y que lo que estaba ocurriendo allí era un acto de “geometría sagrada”.
Le agradecí infinitamente su lectura y me despedí de él y del campamento. Al llegar al hotel, aún conmovido por sus palabras, busqué en internet “geometría sagrada”, y las imágenes que aparecieron eran las mismas que se me presentaban en las ceremonias con plantas medicinales.
Tomás Espina
Septiembre de 2013
Puente peatonal sobre monumento a Julio Argentino Roca
Madera y metal
350 x 170 x 600 cm.
San Carlos de Bariloche, Argentina
2012
Programa -In Situ- Arte en el espacio público, organizado por la Secretaría de Cultura de la Nación
Curador: Andrés Duprat